Reflexión bautismal

¿Para qué bautiza usted a su hijo?

En el sacramento del Bautismo Dios establece un dialogo profundo con el hombre, entrando en contacto con la Iglesia. Se trata de una relación transformadora  que va posibilitando en el bautizado formas nuevas de vida.

La Iglesia, cuerpo de Cristo, es la mediadora de  ese diálogo y de ese encuentro. Los padres que piden  a la Iglesia el Bautismo para su hijo, si no pretenden  hacer un mero acto social y rutinario, deben estar movidos  por la fe.

Al  pedir  el bautismo para su hijo  la Iglesia  les ofrece una buena  ocasión para redescubrir su propio Bautismo.

Vamos a ir reflexionando…

No basta que le digan al recién llegado: «Esta es tu casa», como le dice la Iglesia al recién bautizado.  Hace falta que el nuevo hijo aprenda a decir: «PADRE» y comparta la vida con los demás hijos, aprendiendo a quererlos y a tratarlos como hermanos. Aprender a ser hijo y hermano es algo que nadie puede hacer por él.

Bautizarse es apuntarse a ser cristiano, pero…

Tenga cuidado no se deje engañar: rechace imitaciones.

Está en la lógica de las cosas: el hijo ha llegado a vivir, porque los padres viven y le han dado la vida.

El hijo sonreirá porque los padres le sonreirán.

El hijo hablará porque los padres le habrán hablado primero.

De un modo análogo, el hijo creerá si los padres, con su vida  y su palabra de creyentes, van despertando en él progresivamente la capacidad de vivir la fe.

El sacramento del Bautismo es el sacramento de la fe, también para los niños. Son bautizados en la fe de los padres, en la fe de la comunidad.

El diálogo de Dios con el hombre en este sacramento  no se reduce a un intercambio de ideas o de doctrinas. Es una relación en la que entran en contacto las vidas: el hombre aporta su vida frágil y marcada por el pecado, y Dios aporta la suya hecha de comunión y de gracia.

Cuando en una familia ya constituida acoge a un nuevo hijo adoptivo un poco mayor, que viene a menudo de experiencias que le han marcado  negativamente, es imprescindible un proceso de adaptación. Porque cada familia tiene su estilo, su aire, su espíritu. Y no siempre es fácil adaptarse al «aire de la familia».

La familia de Dios (PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO) tienen también su propio estilo, su propio Espíritu. Por el Bautismo se entra en esa familia como hijo adoptivo; y no es fácil aprender a ser hijo y dejarse llevar siempre por el Espíritu de Dios.

Esa será la gozosa tarea de su vida, tarea que tendrá que llevar a cabo en un mundo marcado por otros espíritus y que no favorecen espontáneamente la filiación y la fraternidad. (Revista el Catequista)

ENTONCES SÍ Y ENHORABUENA