DOMUND 2017- ¡Sé valiente: la misión te espera!

EL VALOR DE SER MISIONEROS

El año pasado, la Iglesia en España propuso para el DOMUND el lema “Sal de tu tierra”, evocando la persistente invitación del papa Francisco a salir de uno mismo para ser enviado a otras periferias existenciales. Fruto de esta propuesta, contemplamos —con gratitud a Dios y a la Iglesia— a los miles de hombres y mujeres que han salido de nuestras comunidades cristianas a la misión, y permanecen en ella, fieles a su vocación. Son los misioneros repartidos por todo el mundo. Han salido de nuestras comunidades, pero su origen ha sido absorbido por la identificación con su destino, el pueblo al que han llegado y al que están entregando su vida.

Ese “salir” no ha sido fácil. Han sido años de formación. En principio es una salida sin retorno o, al menos, de larga duración, porque la vocación del misionero es ad vitam, para toda la vida. Se precisa, pues, un amplio periodo de discernimiento y formación, no exento de dudas e incertidumbres, de tentaciones y argumentaciones para justificar la posibilidad de, al menos, dilatar la respuesta audaz y radical.

Sin miedo ni arrogancia

Esta es la razón por la que el papa Francisco insistía el pasado mes de octubre en el valor de ser misioneros: “¡Hoy es tiempo de misión y es tiempo de valor! Valor para reforzar los pasos titubeantes, de retomar el gusto de gastarse por el Evangelio, de retomar la confianza en la fuerza que la misión trae consigo. […] Se nos pide valor para abrirnos a todos, pero sin disminuir lo absoluto y único de Cristo, único salvador de todos. Se nos pide valor para resistir a la incredulidad sin volvernos arrogantes. […] ¡Hoy es tiempo de valor! ¡Hoy se necesita valor!”.

Esta exhortación al valor para salir e ir a la misión se la repetía a los voluntarios que habían colaborado en la organización y celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, el pasado verano. El Papa tuvo la espontaneidad de entregar el texto escrito preparado para la ocasión y mantener con ellos una amigable conversación. Para ser “la esperanza del futuro”, les decía, es preciso hacer memoria del pasado y tener coraje para asumir el presente. “¿Qué tengo que hacer en el presente?”, se preguntaba Francisco. “Tener coraje. Tener coraje. Ser valiente, ser valiente, no asustarse”. Un buen rato estuvo glosando la necesidad de ser audaces para vivir apasionadamente el presente. Poco antes había caracterizado al joven “de sofá”, en contraposición a la propuesta de la valentía y de la audacia.

Este ha sido el motivo que ha propiciado la decisión de presentar el DOMUND 2017 con el lema “Sé valiente: la misión te espera”. Se trata de exhortar a las comunidades eclesiales, a los fieles cristianos, al Pueblo de Dios, a tener coraje para vivir la misión, entregando generosamente y con valor la fe recibida.

Valentía ¿para qué?

Valentía para vencer algunas tentaciones que aparecen en el camino del creyente. Tentaciones con una gran capacidad de persuasión y que nacen ordinariamente de una fe lánguida y deficientemente fundamentada.

Valentía para vencer la visión secularizante que identifica la fe con la cultura de un pueblo. “Nuestra forma de ser y vivir está inspirada en la fe cristiana, pero en otros ámbitos territoriales es otra concepción religiosa la que ilumina el sentido de su vida; por tanto”, se dice, “no es necesario ir a esos lugares para llevarles la cultura «cristianizada» de Occidente”. Ante esta argumentación, es preciso tener la valentía de responder con la certeza de que la fe es más que una cultura, de que la Redención de Jesucristo es algo más que una simple liberación social.

Valentía no solo para dejar salir, sino para enviar a aquellos a quienes el Espíritu Santo llama a la misión. Las instituciones eclesiales, que antiguamente gozaban de recursos humanos para enviar a evangelizar, cooperando con otras Iglesias en su maduración, están experimentando la pobreza por la carencia de estos efectivos. Nace la tentación de justificar el cierre de puertas para que no salga nadie, con el pretexto de que aquí y ahora estamos urgidos igualmente por la misión. Es el individualismo que enmascara la pérdida de la dimensión universal de la fe. Pero, en el interior de cada comunidad cristiana y, de modo mucho más elocuente, en el de la diócesis, late con fuerza esa dimensión universal.

Valentía, en quien es llamado a la misión, para vencer aquellos argumentos disuasorios que le llevan a considerar que carece de las cualidades suficientes para ser misionero, al entender que estos son unos héroes. Es fácil sucumbir a esta tentación de la propia incapacidad para ir a la misión. A ello puede sumarse la presión de la opinión pública —en la que la dictadura del “se lleva”, el prestigio o el bienestar predomina sobre cualquier otra opción que suponga la renuncia y la entrega— y la percepción de que entregándose se pierde libertad.

Otras muchas situaciones se podrían describir para justificar la invitación al coraje que lanza el Papa. Ante estos condicionamientos externos e internos que dañan la respuesta a la misión, no cabe otra alternativa que la valentía de darse, como se descubre en varias imágenes del Evangelio.

Pastor, Sembrador, Pescador

El pastor reconoce que le han sido entregadas unas ovejas que no son suyas, pero que ha de cuidar como tales, hasta dar la vida por ellas. Se identifica de tal manera que las conoce por su nombre, las acompaña en su vida y las conduce a los buenos pastos. Unas veces va delante, abriendo camino para llevarlas a las majadas; otras, anda entre ellas, manteniendo un diálogo personal con cada una, o se retrasa para atender a las que caminan con mayor dificultad o tienen la tentación de rezagarse. Para ser buen pastor hace falta valor para salir de uno mismo y entregarse a los demás.

Valentía del sembrador para lanzar a voleo la simiente que gratuitamente ha recibido. No le duele el desprendimiento, ni el desgarro de prescindir de aquellos granos sementeros; al contrario, tiene la alegría de que aquello que siembra con largueza se multiplicará en nuevos frutos. Es la imagen de la gratuidad, por la que el misionero no se queda con nada, se vacía. Y más aún: valentía para ser grano que el Sembrador esparce en una tierra para morir y ser transformado en una comunidad cristiana de creyentes que, a su vez, se conviertan en nueva semilla para nuevas siembras.

La misión es el mar por el que navega la barca de la Iglesia que conduce el misionero con valentía y decisión. Sabe que su trabajo está en no pocas ocasiones sujeto a imprevistos, sorpresas e incluso riesgos. Así vive el evangelizador que, apoyado en la Providencia, se hace amigo de la intemperie. Tiene tal confianza en el Señor que no duda en subir a la barca, soltar amarras, bogar mar adentro y echar la red, aunque los pronósticos sociológicos y estadísticos anuncien que no es el momento ni el lugar adecuado. A pesar de ello, el misionero es valiente y se fía, en la confianza de que la pesca no se hará esperar.

Anastasio Gil

Director de OMP en España

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